En 1882, Kano abrió su dojo Kodokan en Tokio, donde enseñó jujutsu a su primera clase de nueve estudiantes. Su elección del nombre ‘Kodokan’ simboliza la precocidad en uno tan joven y es muy significativa, pues significa ‘el instituto donde se guía por el camino a seguir en la vida’, es decir, un camino que se recorre como medio de autocultivo, que Kano consideraba como la forma óptima de vivir la vida. Este cultivo, sin embargo, solo puede lograrse después de largos años de entrenamiento realizado con un esfuerzo vigoroso en un esfuerzo por alcanzar el objetivo final: la autoperfección. A la edad de veinticuatro años, Kano abandonó abruptamente la enseñanza de esta antigua y totalmente brutal actividad y nunca volvió a enseñar jujutsu. En su intento de crear para la era moderna un arte antagónico espiritualmente inspirador y no violento, llevó a cabo investigaciones sobre varios estilos de jujutsu. Principalmente en aras de la seguridad y la practicidad, modificó y agregó sus propios dispositivos a las técnicas que luego incorporaría a su sistema de habilidades recién concebido, al que denominó ‘Kodokan judo’. En conferencias, Kano solía afirmar lo siguiente: «El objetivo final de estudiar judo es entrenar y cultivar el cuerpo y la mente a través de la práctica en el ataque y la defensa, y al dominar así los elementos esenciales del arte, alcanzar la perfección de uno mismo y traer beneficios al mundo». Había buscado crear en judo, por lo tanto, algo positivo a partir de algo en gran medida negativo.